Zuasti y el Muro

Trozo del Muro de Berlín en Zuasti (Navarra). Foto de Sol Rincón Borobia hecha con IPhone.
Trozo del Muro de Berlín en Zuasti (Navarra). Foto de Sol Rincón Borobia hecha con IPhone.

Durante años desayuné sin saberlo a pocos metros de un aforismo hecho de pensamiento y piedra. Un potente axioma en forma de L que, por mucho que se pusiera delante, no conseguía llamar mi atención. Totalmente ajena a este precepto, cada septiembre, en mis excursiones al Norte, hacía un alto en la estación de servicio de Zuasti, pedía café y algo de comer, y me sentaba al lado de los grandes ventanales. Desde allí, con aquella L irrumpiendo en el horizonte, miraba hacia la Cuenca de Pamplona, Sarasa, la Peña de Izaga y el Monte de San Cristóbal, y pensaba en los caseríos, los prados verdes, las eguzkilores y las sorginak que me iba a encontrar durante el día. Zuasti era el prólogo de la aventura. Un buen estímulo con sabor a cafeína.

Sin embargo, horas más tarde, de regreso a casa, muy pocas veces me detenía en esa estación. Con ganas de llegar a tiempo para la cena, pasaba de largo Zuasti, dejándola a mi izquierda mientras miraba de reojo aquella L que la corona, una especie de piedra vigía que reina por encima de la Ap-15, a la altura del kilómetro 102. La miraba cada septiembre. La miraba mientras desayunaba tras los ventanales de Zuasti, y la miraba después, cuando volvía de mis excursiones. La miraba, pero no la veía. Y así fue durante mucho tiempo, hasta que me enteré. Hasta que en una de las raras ocasiones en que paré de vuelta a casa, una camarera de la estación me lo dijo: «Esa piedra en L que está ahí es un trozo del Muro de Berlín«.

El Muro de Berlín cayó el 9 de noviembre de 1989 y, poco después, José Antonio Jáuregui Oroquieta ya estaba pensando en cómo convertir aquel símbolo de vergüenza y muerte en un ariete con el que abrir paso a la esperanza y la libertad. Aquella idea, ese empeño por la redención, fue plasmada finalmente en Zuasti. Las gestiones del famoso antropólogo navarro terminaron el 4 de mayo de 1991, con la inauguración del monumento, diseñado por el arquitecto Fernando Redón Huici. «Me preguntaron si quería hacerlo y yo les dije que encantado de la vida», recuerda Redón. Y, así, sin más dilación, se puso manos a la obra.

La base que proyectó para ubicar la histórica L consiste en dos enormes bloques de hormigón y granito negro separados momentáneamente por una hiriente hendidura. Una grieta sangrante que intenta romper la armonía del conjunto, debilitándolo por un lateral. Afortunadamente, Redón detuvo la hemorragia uniendo los bloques en el vértice y colocando ahí la que un día formó parte del Muro de la Vergüenza y que hoy representa la L de Libertad. Una de 2 metros de altura y 2.500 kilos de remordimiento que fue traía en un camión desde Alemania para recordar a quien pase por Zuasti que hay muros que deben caer. Y junto a este aforismo, se puso otro más a los pies del monumento. Otro en forma de pensamiento: El camino hacia la paz en Europa debe pavimentarse con las piedras arrancadas al Muro de Berlín, Salvador de Madariaga, Oxford 1967.

Ahora, cuando desayuno en Zuasti mientras me imagino las eguzkilores y las sorginak que me esperan en el Norte, miro la Cuenca de Pamplona, Sarasa, la Peña de Izaga y el Monte de San Cristóbal, y luego me detengo en la L del Muro de Berlín, viéndola en toda su extensión, desde todos los puntos posibles, preguntándome cuántas personas murieron intentando saltarla.

(Ayer, 9 de noviembre, se cumplieron 24 años de la caía del Muro de Berlín).

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