Recuerdos de Jagua

Hay ciertas amistades en las redacciones de los periódicos que se forjan conjugando rebeldías desde muy temprano. Son rebeldías de base, de esas sobre las que no hay otra forma de mantener el equilibrio que con agallas y práctica. En nada, La Opinión de Tenerife cumplirá 14 años en los quioscos y ya es tiempo suficiente para repasar el tipo de alianzas de las que hablo, sobre todo de cómo comenzaron a fraguarse en mi caso. Una de mis preferidas la sellé con Arturo Rodríguez en el 99, cuando iniciamos camino en este periódico. Desde el primer momento los dos coincidimos en maneras, que ya es mucho coincidir, y eso nos avaló como buenos colegas y, más tarde, como buenos amigos. Arturo perfilaba entonces su carrera en el fotoperiodismo con una cámara al hombro y un discurso combativo en los labios mientras me acompañaba de reportaje en reportaje y de rueda de prensa en rueda de prensa. Años después, su empecinamiento con la profesión lo llevaría a ganar dos World Press Photo. También lo llevaría a Tailandia, donde ejerce ahora. Sin embargo, antes de llegar a todo eso, en el año 2000 la profesión lo llevó conmigo al barranco de Jagua, en Santa Cruz de Tenerife. El día de los hechos, él y yo estuvimos de acuerdo en que los barrancos de esta capital siempre han andado bien de basura y que en eso no se podían quejar. Menos que ninguno el de Jagua, donde los vertidos son un clásico en blanco y negro. Por eso, animados por si acaso pillábamos a alguien tirando un cadáver, estuvimos recorriéndolo de norte a sur y de este a oeste. Subiendo y bajando sus laderas en busca de la suerte del principiante o de la suerte de quien sea. Y aunque no hallamos culpables, no nos fuimos de vacío: cientos de peces muertos aparecieron en uno de los bordes del barranco, agolpados y secos. Desgraciadamente, las administraciones se lavaron las manos y así se quedó todo. Inmóvil y perecedero. Doce años después, Jagua sigue siendo un vertedero y alguien ha vuelto a tirar peces muertos al cauce. Pero no hay mal que por bien no venga. Todo esto me ha traído a la memoria aquel día en que Arturo y yo, entre basura y olor a pescado podrido, comenzamos a solidificar nuestra amistad.

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