
Diana llegó a vieja y empezó a tener celos. Celos de la juventud de Niebla, mucho más rápida que ella. Por eso, un día se marchó de casa y estuvo una semana ausente, curándose la mala baba a solas, escondida en el campo en plan zen y eso. Sin embargo, aquel rollo de terapia no le sirvió de mucho. Era vieja. Vieja y una braco alemán de los pies a la cabeza que no iba a permitir que una sabueso cualquiera le dejara en mal lugar. También está Minuto, fruto de un amor entre chuchos sin pedigrí y, aun así, muy chulo el tipo. Malcriado con calor de brasero y comida de la nevera, aguantaba las tonterías justas y, al final, ni eso. Al pobre lo atropelló un coche y pasó la vejez cojeando y de muy mal humor. Lara era muy diferente. Por esta pointer corría sangre de campeones. Fue magnífica en sus relaciones y una buena compañera. Cuando barruntaba la epilepsia acudía al primer miembro de la familia que veía y se acostaba junto a él. Así pasaba los ataques, entre caricias y piropos. Lara convivió muchos años con Thais, una setter inglesa. Las dos se lo pasaron pipa juntas. De hecho, Thais no dejaba que se le acercaran otros perros que no fuera Lara. Por este motivo, durante las cacerías, los demás canes le pusieron la etiqueta de antipática. Muchas veces quise decirles cuatro cosas bien dichas, pero, claro, a saber si me iban a entender. Ahora tenemos a Lis y a Jara. La primera es hija de Thais y un cielín de chica. Como su madre, también es de esas que gana concursos si se los ponen delante. Estos días anda algo fastidiada por la edad, pero todavía es capaz de soportar la vida. En cuanto a Jara, es una podenco andaluza de ojos color miel. Cuando la conocí no empezamos con buen pie. Me vio llegar unas vacaciones con maletas y cara de Tenerife y le entró una repentina desconfianza perruna. Pero eso quedó atrás. Ya somos amigas. Estas semanas en las que en Santa Cruz de Tenerife se han encontrado a tantos animales necesitados de ayuda me acuerdo de los que han pasado por mi casa. Si hace tres días localizaron a un grupo en un solar del barrio de Tíncer, el mes pasado hubo que rescatar a 40 de una casa del centro, víctimas del síndrome de Diógenes de su dueño. Y aunque en estos casos las adopciones suelen ser rápidas, por la pena y esas cosas, lo que hace falta es educar. Educar como lo hace la Asociación Valle Colino, de colegio en colegio, de aula en aula. Una labor que habría que multiplicar por mil.