Como tiza en suspensión

Los domingos en Santa Cruz son de los que bajan persianas y suben el volumen de la televisión. Son de esos tipos que van en pijama del salón a la cocina o, como mucho, en chandal del salón a la azotea. Y en invierno empeoran. Con el frío, esos mismos domingos son de sofá y manta, de dolores posturales y hasta de un cierto mareo de desánimo que hace vomitar bostezos. Y, la verdad, no sé de dónde les viene esa apatía, ya que ni siquiera pueden argumentar resaca de los sábados, que son días con un ostracismo similar. En general, los sábados y domingos chicharreros sólo hermanan efímeras alegrías durante las mañanas: los primeros a base de disponibles escaparates en línea, y los segundos a golpe de rastro y mercado. Pero al llegar la tarde, todo calla. El pulso se desvanece y la vida queda como tiza en suspensión, con la pizarra borrada y los pupitres vacíos. El Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife lleva empeñado en animar los fines de semana año tras año, gobierno tras gobierno, en la riqueza y en la pobreza. Pero por mucho que lo intenta, fracasa. Y es una frustración que entiendo bien porque yo también me he quedado mil veces enredada en literatura. Y esa manía, mal usada, entumece los huesos. Así que, tal y como yo lo veo, los planes estratégicos por los que se desliza cándidamente la ciudad son sólo carne de estantería. Únicamente sirven para entretener al lector cada cierto tiempo. Por ejemplo, a la idea municipal de crear una bolsa de locales para alquilarlos o venderlos a los comerciantes que se comprometan a abrir los sábados por la tarde le faltan números. Cuentas, vamos. Y a mí, o me ponen cifras por delante o ni me molesto en considerar propuestas. Pero, en general, así son los planes estratégicos. A todos les suelen faltar matemáticas. El único número que aportan es el plazo para hacerse realidad. Y en el caso del de Santa Cruz, la cosa va para 20 años como mínimo. Para entonces, todos viejos. Así que, en realidad, la recomendación de los expertos de especializar la capital en turismo de mayores no es un mal consejo. Es, quizás, el más acertado de todos.

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