
Han pasado miles de años ya y todavía me acuerdo de la cara que puso la enfermera cuando salió de una de las consultas del Hospital de Pamplona y se dirigió directamente a mi padre, que por aquel entonces aún me podía llevar en brazos. “Señor, tengo que preguntarle si su hija come caza”, dijo mientras la pobre mujer parecía pensar, como de propina: “Y por el bien de la niña espero que la respuesta sea que sí”. Mi padre, extrañado, ejercitó ceño y contestó: “Es que soy cazador”. Y así fue como supe por primera vez en mi vida a qué saben los suspiros de alivio de un médico. “Entonces, los puntos que se ven en la radiografía de Sol van a ser perdigones. Ya los expulsará”, se desahogó el profesional. Y, efectivamente, lo eran. Mi relación con cartuchos, balas, balines y perdigones es más profunda de lo que uno se puede imaginar. En casa siempre había, como mínimo, un buen par de escopetas, e incluso algunos de mis amigos pescaban ranas a tiros. De hecho, hubo un tiempo en que a mí también me dio por las armas. Tengo un premio que lo certifica. Una copa, concretamente. Pero el antojo duró poco. Tan poco como la guitarra, el microscopio y el bádminton. Todo este pasado me viene a la memoria por el hallazgo en Santa Cruz de un considerable número de cartuchos, balas, casquillos y trozos de pistola en plena calle Pilar, algunos en el suelo y otros en un contenedor. Y, como buena hija de cazador, puedo permitirme el lujo de considerar este descubrimiento, además de como un evidente motivo de preocupación, como una especie de consuelo al saber que entre las piezas hay cartuchos sin disparar. Porque, con lo caro que va el kilo de munición, el que alguien se haya deshecho de ella es, así a bocajarro, una especie de señal de paz. Y si he decidido agarrarme a esta teoría es porque es la menos conspirativa y, además, me permite pasar por ella como cuando de niña tragaba codornices: sin apenas masticarlas. De los detalles que se encarguen los profesionales. Ya que, para ser sincera, no dudo que tras este hallazgo también pueda haber algún perdigón perdido. Pero para eso están los Rayos X, que lo ven casi todo.