Santa Cruz se despereza entre porcelana. Y eso, voto a Dios, no es desperezarse de verdad. Eso es, de toda la vida, pura retórica. Y, como todo el mundo sabe, la retórica viene bien para ciertas pócimas, pero cuaja de pena cuando hay que afrontar la hora de la verdad. Es más, según mis cálculos, la poética es una estrategia de ciudad lánguida: no soluciona problemas, pero crea la ilusión de que sí lo hace. Sé de lo que hablo. Yo me he metido en muchos problemas por perseguir versos, y sobre este asuntillo tengo que decir que las rimas sólo dan para ir tirando una temporada. Después, lo mejor es ponerse a trabajar. Sin embargo, la capital chicharrera aún parece remolonear en sus ideales. Por ejemplo, lleva soñando con el mar una eternidad. Concretamente desde que alcanzó la edad de enamorarse. De hecho, cuando yo la conocí en los 90 ya estaba metida en estos líos de faldas. La recuerdo perfectamente algo tímida en su coqueteo, pero segura de su propósito. Con un poco de rubor frontal cuando hablaba de abrirse al océano, pero firme sobre sus tacones. Efectivamente, Santa Cruz fantaseaba con el mar y yo la creí. Y al calor de su fantasía se hicieron proyectos y se abrieron debates. Se tantearon inversores y se facilitaron titulares de periódico. Pero los años han pasado y aquel sueño de playas y paseos de orilla aún anda en trance, como sonámbulo en su quimera. Más tarde, cuando la ciudad tuvo edad para emanciparse y empezó a ganarse la vida, le dio por cuidarse a lo grande. Y en su plan de belleza sobraba la refinería. Así que se armó de valor, soltó sus lamentos sin cortarse un pelo, y en un abrir y cerrar de ojos las calles se convirtieron en campamentos de promesas y plazos que, finalmente, tampoco han terminado por encajar. Por todo esto, el plan que ahora exponen los expertos para encauzar Santa Cruz me suena a viejo, aunque también a inevitable. Mejorar el litoral y desplazar la refinería es como escribir sin faltas de ortografía. Es lo mínimo exigido en esta escuela. Pero, claro, ahora hay que subir nota. Y para eso, o se pierde el miedo a romper la porcelana, o esto se queda en nada.