Amigo Cristóbal, gracias a ti ya tengo al fin un lugar en Santa Cruz donde dejar a la bella y arrogante Estella. Me orientaste hasta allí para mostrarme cómo muere la alta alcurnia chicharrera, pero lo que me encontré fue el capítulo XXIX de Grandes Esperanzas. Y tengo que decir que, hasta ahora, es el mejor sitio que he visto en la ciudad para poder escenificar los amargos desprecios que espabilaron a Philip Pirrip. La casa de la que me hablaste pasa, efectivamente, desapercibida. Y si juega tan bien al despiste es porque su decadencia crece intramuros y habita la orilla menos transitada de la rambla, dos ventajas impagables a la hora de fenecer en privado. La agonía de Estella también me la imagino así, muy de puertas para adentro. Pero, dejando al lado Dickens, si como dices esa casa es otro ejemplo del azote de la crisis económica en Santa Cruz, opino que merece al menos un pequeño réquiem por lo perdido. Porque cuando pienso en la rambla de la capital tinerfeña, siempre la pienso escorada hacia el lado de las mansiones. Esa hilera de magníficas casas fue de lo primero que me llamó la atención cuando me instalé aquí, hace 14 años. E, inevitablemente, cada vez que camino por ahí, termino resbalando hacia ellas, más que hacia el Parque García Sanabria o hacia el ancho paseo peatonal de las tinajas. Nunca las vi muy de cerca, porque no es posible abarcarlas con tranquilidad si no es desde la rambla, pero sí lo suficiente como para darme cuenta de que algunas adolecen de depresión. Lo que no sabía es que también las hay que ya están como la de Havisham en sus peores momentos. Siguiendo tu teoría de los estragos de la crisis en familias santacruceras de abolengo, la casa de la que hablamos es, efectivamente, un buen ejemplo. La recesión ha oxidado las dos puertas de entrada al edén y las ha amarrado a unas cadenas que parecen hechas para transitar por la eternidad. Las hierbas del jardín apenas dejan ver la fachada de la vivienda, que asoma ladrillo amarillo en lo alto de un sendero. Las ramas de los árboles desfallecen secas. Las piedras del camino son ruinas y derrumbe. Tal vez un día fue prado, pero ahora es pura selva. Es tan sombría que, si alguien cayera dentro, se levantaría siendo Estella.