Un final para Valleseco

Ahora que a la editorial Alba le ha dado por reintegrarme las ganas de leer Orgullo y Prejuicio, me vienen a la memoria los pulsos a muerte que he mantenido a lo largo de mi vida sin otro desagravio como excusa que la corazonada. La corazonada es mi primera versión de la certeza. Y, según lo veo yo, esa manía me llega de muy atrás, concretamente de la cuarta columna de mi biografía: los Castro. Columpiarme en ese apellido siempre es un placer, sobre todo porque garantiza finales felices, al puro estilo Bennet y Darcy. Pero también requiere un constante esfuerzo para mantenerlo a raya, no sea que se desboque definitivamente y acabe con toda la vajilla. En resumen, me manejo como puedo por ese cuarto eslabón de mi identidad, adaptando los pulsos que voy echando por la vida al único objetivo que merece la pena: un buen desenlace. Y entre todos los grandes desenlaces a los que he asistido recuerdo uno en particular: el que me reconcilió con la costa de Valleseco. Esta zona de Santa Cruz de Tenerife se cruzó conmigo a finales de los 90 y apenas la vi me dio dolor de cabeza. La primera impresión con la que certifiqué mi desaire se componía de incómodos guijarros, algunas pintadas, ciertos olores, y una arquitectura en coma. Sentí aquel lugar alejado de todo, inconveniente, anacrónico y desconcertadamente orgulloso en su ostracismo. Y así fue durante algún tiempo. Un tiempo de largas sentencias inapelables. De críticas y desprecios. Así fue, hasta que lo conocí de verdad. La metamorfosis llegó obligada por la profesión, cuando un día saqué boli y libreta y empecé a hilvanar relatos llegados de Valleseco. Relatos sobre chapuzones en el mar, juegos en la orilla, jornadas de pesca y meriendas comunales. Relatos sobre el arte del cambullón y el reinado de la solidaridad. De repente rompí relación con recelos y petulancias y me afilié a la lucha por una playa digna y a la nostalgia que abrillanta las paredes de las dos carboneras que aún resisten en la zona. Esas carboneras que finalmente han sido reconocidas como Historia, completando así el final feliz al que está destinada la costa de Valleseco.

1 Comment

  1. Estoy totalmente de acuerdo contigo. Mi relación sentimental me llevó a parar a ese barrio y son un colectivo de lo más organizado a pesar de que mis primeras impresiones fueron la de gente con muchos problemas en sus familias, o juventudes que se estaban dejando arruinar en las esquinas y bares por la droga y la desidia.

    Luego observé la labor de la asociación Sonrisas Canarias que la sustentan el párroco y los vecinos, una de las primeras Ong’s como banco de alimentos que aparecieron con la crisis por Santa Cruz, y el párroco es de los que aún visitan a los enfermos a pesar de usar percing y fumar como un loco.

    Las fiestas patronales, los carnavales con los multipremiados Cariocas desde hacé décadas, las cruces, la pesca, la vida del muelle, todo está organizado en torno al mar, y la gente lucha por lo poco que les queda en pie. Un barrio amenazado por el agua y el barranco que puede dar muchos sustos, pero que al final sale de todas las calamidades que le toca sufrir. La playa espero que sea meritoria, porque viendo como se las gastan por allí los vertidos, no veo solución posible, pero ojalá eso se solvente.

    Enhorabuena por tu artículo.

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