No es como Beirut

A lo largo de la vida no queda otro remedio que asistir a toda clase de sueltas de palabras. Y, por desgracia, muy pocas veces son respetables o inspiran ideales. Más bien al contrario: lo habitual es que, en cuanto se ven libres de ataduras, desafinen melodías o cojeen a mitad de carrera. Y es que a la hora de liberar discursos hay que andarse con cuidado. Lo mejor es soltarlos en zonas bien iluminadas y, sobre todo, con un rumbo previamente pensado. Si no es así, es preferible criar palabras a imagen y semejanza de las corbatas de Arturo Pérez- Reverte, sobrias y estrechas, para luego dejarlas reposar antes de servirlas. Pero estas son cosas que se aprenden a golpe de lectura y reflexión, que es una de las maneras más aceptadas para andar por el mundo con un poco de sentido de la orientación. Y es por esto último precisamente por lo que no veo el acierto de comparar el estado en que se encuentra el acceso del Puerto a Santa Cruz de Tenerife con las ruinas que aún se ven en Beirut. No porque el muelle por donde entran los turistas no tenga que ser embellecido, sino porque Beirut sangró una guerra civil de continuos bombardeos que le da cierto derecho a recuperarse a su ritmo. Así que el responsable de la Sociedad de Desarrollo del Ayuntamiento chicharrero tendría que haber escogido otras palabras para describir el aspecto del muelle. Otras más rumiadas. Otras que al menos no simplificaran tanto el recuerdo de una ciudad herida. Por ejemplo, hubiera quedado más respetable contar en bruto y sin rodeos los traspiés que tienen que dar los visitantes cuando desembarcan en la capital. O también podría haber informado sobre los recovecos por los que tienen que encoger estómago y aguantar la respiración hasta dar con las tiendas y los museos. En definitiva, con cuantificar metros, socavones y vallas metálicas hubiera bastado para hacernos una idea de lo mal que está el preámbulo de la ciudad. Porque está mal. Eso es indiscutible. Mal y en obras. Pero de ahí a hermanarlo con Beirut hay un universo entero de diferencias. Sobre todo, porque la capital del Líbano anda mejor de paseos marítimos y yates de lujo que la capital tinerfeña. Vamos, que le da cien mil vueltas.

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