Rubalcaba estuvo aquí

A Alfredo Pérez Rubalcaba le tocó la última de Luis Bárcenas en Santa Cruz de Tenerife, lejos de su zona de confort. Y a tenor de las veces que cambió su agenda en la capital tinerfeña, sospecho que hubiera dado gran parte de su izquierda por que los titulares del día le hubiesen cogido desayunando en Madrid. Es normal. Cada uno se apaña mejor en su casa, que es donde todo queda a mano y, si es absolutamente necesario, donde todo queda también a un tiro de piedra. Sin embargo, el escándalo del Partido Popular le pilló en el Atlántico. Así que no tuvo otro remedio que lucir en tierra chicharrera esa semiótica tan suya de gestos apaciguadores y hombros ligeramente inclinados hacia adelante, como cura confesor o maestro veterano. De esta manera, y aunque adelantó su vuelo unas cuantas horas para regresar pronto a la Península, el líder del PSOE empezó a esculpir la belleza de la derrota ajena desde la sede que sus compañeros tienen en la avenida Islas Canarias de la ciudad. “Las agendas han saltado un poco”, encajó en su disculpa el secretario general de los socialistas canarios, José Miguel Pérez, por el incordio causado a los periodistas con tanto cambio de horas. Pero, claro, es que los acontecimientos sucedidos “tienen que ver con un interés general de la política”, añadió. Lo entiendo. Es más, el interés es mutuo. Y es que a la gente que no anda en la gestión de lo público tampoco le suelen sentar bien destapes como los publicados. Sobre todo, si se producen en zona de crisis. Por eso, a  Rubalcaba se le encogió la agenda de repente y tuvo que sacar atril y compostura en Santa Cruz, desde donde se dirigió a España entera. Y como él se baña en estas aguas desde el principio de los tiempos, no le costó nada cargar peso en la chepa, adelantar las manos, moderar la voz, contener el rostro y, finalmente, lanzar un muy sentido beneficio de la duda, que siempre viene de perlas para amortiguar golpes. Un rato después, puso rumbo a la capital del reino. Porque Santa Cruz no está mal para empezar, pero si hay que seguir a lo grande, con peticiones de dimisión y todo, mejor hacerlo allá donde se cruzan los caminos, donde el mar no se puede concebir.

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