Como la tendencia general suele ser estirar la vida en sentido ascendente lo máximo posible, aconsejo practicar la construcción de paréntesis como un salvoconducto hacia la superficie. La colocación de paréntesis en cualquier crónica personal es un arte difícil de dominar, pero tan necesario como coger aire. En mi caso, muchos de los que he logrado encajar en mis párrafos me han proporcionado la felicidad. Otros, sin embargo, lo único que me han dado es un respiro. E incluso ha habido algunos en los que sólo he encontrado una silla donde acomodar el mal tino. Pero, en definitiva, son lo mejor que hay para romper tendencias. Y, además, un paréntesis puede ser cualquier cosa que huela a decisión: un viaje, un trabajo, una investigación, otra carrera, otra persona. Cualquier cosa. Por ejemplo, una de las acotaciones más sonoras que acomodé en mi biografía fue el abandono de mi profesión por nueve meses de cerveza negra, música celta y leyendas de Michael Collins. Con mi espalda y mis pies apoyados en los dos extremos cóncavos de la pausa irlandesa, me dediqué a observar costumbres y a ralentizar los días. Pero los paréntesis sirven para lo que sirven, que suele ser para poder continuar luego con la rutina; y duran lo que duran, que es más bien poco. Lo normal es abrir uno para meter cosas dentro y cerrarlo mucho antes de que aquello empiece a tomar la forma de doctorado. Aunque, a veces, sucede eso mismo. Sin ir más lejos, mi estancia en Tenerife pasó por esa metamorfosis que convierte la expresión en mandamiento. Y es que las cosas vienen como vienen, y en ocasiones no diferenciamos un intervalo de un comienzo. Por ejemplo, la amenaza del alcalde de Santa Cruz de retirar el dinero público de los bancos que desahucien a lo bestia me pareció al principio uno de esos incisos que se meten en medio del discurso para llamar la atención. Un paréntesis en el que refugiarse para coger oxígeno y después seguir con la inercia que marcan los intereses. Sin embargo, el alcalde no abrió paréntesis sino capítulo. Y eso es otra cosa. Un capítulo puede ser el comienzo de un libro. Y un libro puede hacer historia.