Los primeros tacos con los que yo calcé mi pubertad sabían a libertad. Tenían un porte especial. Una grandeza redonda que empezaba y terminaba en el reniego. Es más, los dicterios con los que nos entrenábamos los amigos reflejaban un elegante hastío de párpados caídos y cínica sonrisa, como si hubieran sido heredados de la mismísima Bette Davis o hubieran salido del blanco y negro de Humphrey Bogart. Realmente, el manejo lechuguino de palabrotas y juramentos en mi primera juventud fue una experiencia necesaria, casi obligatoria. Y, por supuesto, clandestina. Las dedicatorias jamás asomaban más allá de las reuniones entre los colegas. Rebotaban entre nosotros como el eco y, luego, cansados, nos íbamos a casa a cenar. Eso era todo. Años más tarde, la cosa cambió. Los tacos e insultos dejaron de tener el sabor de la autodeterminación y sólo se me caían de la boca en raras ocasiones, cuando no tenía otro remedio que airearlos o morir. Yo a lo mío, y ellos a lo suyo. Y así nos iba bien. Desafortunadamente, ahora he vuelto a las andadas y los he recuperado a razón de un par al minuto y sin nada de glamour. Es una desgracia, sin duda. Sobre todo cuando el director del Instituto Cervantes, Víctor García de la Concha, anda por ahí tirándonos de las orejas por hablar un español “zarrapastroso”. Sin embargo, una buena maldición española a tiempo libera mucho. Ayer, por ejemplo, se me escapó una muy buena al tropezarme con un Papá Noel que campaneaba felicidad insistentemente en la esquina de la calle El Pilar de Santa Cruz de Tenerife. La imprecación me vino sin querer, de forma espontánea y ajena a mi voluntad. Pero es que yo creo que la felicidad no es de las que necesitan dar la lata para llamar la atención. Y ese Papá Noel se empeñaba demasiado. En definitiva, si cuento los tacos con los que amenizo mis días, debo llegar a la conclusión de que este año llevo mal lo de la función navideña en la capital tinerfeña. Los pinos, luces y alfombras con los que se adornarán las calles comerciales suponen un desembolso de 25.000 euros públicos. Casi 125.000 canarios han tocado diciembre sin ni siquiera un subsidio para vivir. Y, finalmente, la cantante Merche viene a la capital a narrar que el mundo es de colores. Víctor García de la Concha me va a tener que perdonar. Y mucho.