
16 de julio de 2012:
En el Restaurante Dama Rosa, en Adeje, las moscas de julio se lanzaban como kamikazes contra todo Dios. Aunque los empleados trataban de mantenerlas a raya con química rociada a bocajarro, ellas mandaban refuerzos sin parar y sin suponerles gasto alguno. Era como un ciclo interminable. Un ciclo molesto e interminable.
Y mientras las moscas iban a lo suyo, en la mesa de al lado varios miembros de la UME (Unidad Militar de Emergencia) comían. Sus vehículos estaban aparcados fuera, listos para intervenir en el incendio que quemaba los altos del Sur desde hacía un día. A ellos parecía no incomodarles las moscas y se mantenían ajenos a sus revoloteos y zumbidos, centrados en sus platos y en su conversación. Sólo de vez en cuando apartaban la vista de la comida y echaban una ojeada a la televisión para enterarse de los últimos detalles de la noticia.
El incendio comenzó el 15 de julio en la trasera de la casa El Granero, en Ifonche (Adeje). Los vecinos están seguros de que se trató de un acto no intencionado. Afirman que fue una quema de rastrojos maldecida por la ignorancia y por una excesiva confianza en el manejo de un quehacer milenario que, hasta ahora y en aquel lugar, siempre fue coronado con éxito. También se quejan de que las autoridades tardaron mucho en reaccionar.
En cuanto las llamas se descontrolaron, hubo una primera llamada de auxilio. Una llamada rápida, apurada, casi rogatoria. El fuego no era gran cosa, pero se había originado en el monte en pleno verano y, sólo por eso, ya debería ser un socorro prioritario, opinan los habitantes de Ifonche. La llamada la hizo un joven medianero que cuida la Casa Fuerte, ubicada en Benítez, en la parte alta del Barranco del Infierno. Sin embargo, los vecinos aseguran que la respuesta se acomodó por el camino. Informan de que una responsable del Cabildo, de cuyo nombre no se acuerdan, llegó muy rubia y muy adornada con unas gafas negras, así como muy profesional y muy educada, rechazando a diestro y siniestro consejos de los que viven allí. Según creen, para cuando se tomaron decisiones, ya era tarde. El fuego arrasaba el monte. Al día siguiente, los helicópteros de la Brigada Forestal (Brifor) y del Gobierno de Canarias sobrevolaron la zona cargados de agua.


Y comenzaron los desalojos. Las casas de Tijoco Alto (Adeje) fueron de las primeras en quedar vacías de vida. La estrecha pista que recorre esa zona lucía fincas cerradas a cal y canto, desde la primera hasta la última. La vivienda que da por terminado el ascenso de tierra se llama Falcon Crest. De la verja que cerraba el camino hasta la puerta principal colgaba un candado, un punto y final al corto recorrido que hicimos en coche. Así las cosas, sin un alma por los alrededores, decidimos dar la espalda a aquel sitio e irnos a Ifonche, al origen.
En Ifonche había un puñado de vecinos con la vista puesta en las llamas que arrasaban el barranco que separa Adeje y Vilaflor. Un par de policías locales impedían el paso a la carretera que lleva a la casa El Granero. Al lado, varios miembros de la Brifor esperaban órdenes para acudir al fuego. El horrible calor del mediodía quemaba pieles y gargantas, y todos echamos de menos a los dueños del Bar Restaurante El Dornajo, que habían cerrado el negocio y se habían marchado de vacaciones a Lanzarote.
Al poco de llegar, los profesionales de la Brifor comenzaron a preparar equipo. En sólo unos minutos iban a relevar a sus compañeros en el incendio y, según decían, ya tenían ganas de entrar en combate. Mirar la fogata desde lejos no es para lo que están entrenados. En un abrir y cerrar de ojos montaron el material, se subieron a uno de los vehículos y pusieron rumbo al barranco. Mientras tanto, cuatro helicópteros se afanaban en coger agua de los estanques de la zona para verterla sobre las llamas.

Los estanques pertenecen a los propietarios de las fincas que hay allí. Una de ellas es de Lucrecia Moreno Beltrán, de 78 años. En 1956, a los 15 días de haberse casado, ella y su marido compraron la granja y la arreglaron. El segundo día del incendio se encontraba rodeada de familiares. Allí estaban dos de sus hijos, sus nietos, una nuera y hasta un vecino. Todos miraban las maniobras de los helicópteros. El estanque de Lucrecia tiene una capacidad para unas 1.700 pipas de agua, que compran a Balten (Balsas de Tenerife), empresa del Cabildo.
Con ese líquido pueden regar sus papas y zanahorias y dar de beber a sus gatos, gallinas, conejos y también a Platero, el burro. Sin embargo, los helicópteros habían vaciado el estanque. Aunque esta familia sabe que lo prioritario es apagar la quema, esperan que el Cabildo les devuelva el agua. Aunque, para ser sinceros, no saben cómo, ya que el estanque de la Institución insular está completamente seco porque este año no ha llovido.
Tras pasar el día con esta familia y con los vecinos de Ifonche, llegada ya la noche nos fuimos a casa. El monte dejó de avanzar una semana después. Se quemaron más de 2.000 hectáreas. Hoy, 28 de julio, aún no se han cuantificado los daños económicos. El Cabildo de Tenerife se defiende de cualquier crítica y asegura que sus camiones-cubas llegaron al incendio al cuarto de hora de comenzar y que, unos 25 minutos después, apareció el helicóptero de la Brifor. Los helicópteros del Cabildo de La Palma y el del Gobierno de Canarias llegaron el lunes. En total, trabajaron ocho helicópteros. El hidroavión de las Fuerzas Armadas vino de la Península el martes. La investigación sigue abierta y no se descarta ninguna teoría.