La mañana del 31 de mayo de 2001, Miguel Zerolo y Antonio Bello bajaron la calle Castillo, se pararon en un puesto que el Servicio Canario de Salud había colocado al aire libre y comenzaron a soplar por unos tubos azules. La foto de los desinhibidos soplidos del exalcalde y el exconcejal de Santa Cruz fue publicada al día siguiente en la portada del periódico La Opinión de Tenerife y motivó mi primera sonrisa de junio, más temprana incluso que la que reservo al ingreso de la nómina. De esta manera, mientras los dos políticos exhalaban sus niveles de nicotina en aquella imagen, yo inhalé de golpe un divertido comienzo de mes y, de paso, me enteré de que cada 31 de mayo se celebra el Día Mundial Sin Tabaco. Hoy, once años después de esa mañana, hago inventario de mis experiencias con los cigarrillos y llego a la conclusión de que, en toda mi vida, y por redondear cifras, habré dado, entre rubios y negros, veinte caladas contadas. Es más, si pasé de la primera fue por culpa de una compañera del Instituto, que se empeñó en que a mí me quedaba bien fumar. Y cuando a una le queda bien fumar, lo hace y punto, que a esas edades no se cuestionan piropos ni proposiciones. El caso es que recuerdo perfectamente nuestra conversación a pie de pista, tras haber jugado al bádminton como cada tarde y haber derrotado a mi amiga hasta hacerle llorar sangre, también como cada tarde. Que ahora caigo yo que tal vez lo suyo no fue consejo de hermana, sino venganza de rival. Sea como sea, yo dejé de probar nicotina al poco de empezar. No había forma de que aquello me gustara, por muy hippy que peinara la melena y el ánimo. En mi opinión, un cigarrillo entre los dedos sólo queda bien en blanco y negro y si los dedos son de Marlen Dietrich. Por eso, y aunque para mí todos los días son sin tabaco, este año he echado en falta las tradicionales actividades y campañas informativas que solían amenizar el centro de la capital para concienciar sobre los peligros fumar. Deber ser que a Santa Cruz, más que apagar cigarrillos lo que le sale es echar humo por las orejas. Debe ser que este es un mal momento para olvidarse el mechero en casa.