Hace años que intento averiguar la razón por la que no acaba de gustarme la película Todos los hombres del presidente. Recuerdo que la primera vez que la vi lo hice con esa ilusión que sólo son capaces de darme el sábado noche, el pijama, el sofá y una copa de vino. Para entonces, ya conocía de sobra la historia de Carl Bernstein y Bob Woodward y hacía poco que me había leído La vida de un periodista, de Ben Bradlee, así que cuando me senté frente al televisor iba bien armada con datos y eso. Como nunca me he encontrado con un Bernstein, un Woodward o un Bradlee en mi vida de periodista, de alguna forma me apetecía mucho conocer a los del Washington Post en versión animada por Robert Redford, Dustin Hoffman y Jason Robards. Sin embargo, la película no logró acoplarse a mis expectativas y apagué la tele con la sensación de falta de algo. Luego, a lo largo del tiempo, le he dado más oportunidades. La última, ayer a la hora de comer. El próximo mes se cumplen 40 años del Watergate y me apetecía verla de nuevo. El resultado no cambió. Nada, que no hay química entre las dos. No obstante, reconozco que cada vez que la veo siempre se me queda dentro ese poso celoso que todo lo magnifica. Una gota de envidia. Un suspiro de anhelo. Entonces, miro Santa Cruz con cara de sospecha y la recorro segura de que en la ciudad hay seudomisterios por destapar y gargantas profundas con ganas de hacerlo. Precisamente eso andaba mascullando ayer por la tarde cuando de repente me cayó encima una información inesperada: Santa Cruz fue ciudad de republicanos y masones, hija de un Gabinete Instructivo donde se cocinaron ideas y proyectos punteros, sede de joyas artísticas y guardadora de otros muchos tesoros que un día fueron visibles y hoy son secretos. Entre ellos, un despacho mudéjar oculto en el centro de la capital y una maravilla barroca en el seno de un edificio que se cae a cachos. No digo más porque estoy en plena investigación. Hasta tengo mi propia garganta profunda. No derribaré presidentes, pero sí descubriré la impericia de algunos políticos. Algo es algo.