La acera que ocupa de pie el costumbrismo chicharrero

A lomos del Mercado de Santa Cruz, bien apoyados en los estribos, trotan desde hace años temperamentales puestos de bebidas y comidas. A su sombra, se solazan grupos de parroquianos que han creado un ecosistema tan característico del lugar que yo lo echaría de menos si un día desapareciera. Para escupir en sus corros no se necesita pagar cuotas ni improvisar preliminares. Una mirada amable, un hola bien dirigido y un leve gesto de asentimiento a lo que sea que se esté diciendo es más que suficiente para ganarse el derecho a tener trato allí.

El paso del tiempo ha convertido a esta manifestación chicharrera en una imagen costumbrista que una sólo se da cuenta que ha echado de menos cuando vuelve a verla después de una temporada fuera de la ciudad. Quemados por el sol, los fieles a esta demarcación pasan el rato, charlan o callan, soliviantan o tranquilizan, participan o se inhiben, molestan o son molestados. Como cualquiera.

Pero estos puestos que encorsetan al Mercado suelen ser cada cierto tiempo objeto de persecuciones de manicura delicada que prefieren dar otra imagen a la zona para socializarla a su imagen y semejanza. De vez en cuando, mentes embotadas en una especie de etnocentrismo invertido, animan a desdibujar esta fiesta popular para reinventarla sobre otros lienzos.

A mí, que cada día me manejo mejor en cualquier barra que me ofrezca vaso y cubiertos, aconsejo huir de la enfermiza hemiplejía moral, el término que inventó Ortega y Gasset para criticar la limitación de pensamiento político: Ser sólo de izquierdas o ser sólo de derechas es una de las maneras que las personas pueden elegir para ser imbéciles, afirmaba, grosso modo, el filósofo español. Aprovechando la fórmula que nos legó el autor de La rebelión de las masas, la suelo aplicar también a otras porfías, como modernos edificios o casas terreras, barraquitos o carajillos, guachinches o tascas, blanco o negro. No hay cara sin cruz.

Por eso, sin desechar los bares ultranovedosos, minimalistas y de ‘gente guapa’, soy una firme defensora de la acera que ocupa de pie y con gallardía el costumbrismo de los puestos del mercado. No sólo habría que conservarlos, sino declararlos bien de interés cultural o de cualquier otro interés que les garantice la supervivencia de su innegable idiosincrasia. En ellos no sólo se mezclan distintos acentos y dejos, sino que también se escuchan caer a plomo aforismos que son la vida misma, mientras se saborean bocados y vinos canarios, además de empanadillas de mano argentina.

Estoy convencida de que si Leopold Bloom y Stephen Dedalus hubieran vivido en Santa Cruz de Tenerife en lugar de en Dublín, si hubieran probado la segunda mitad del XX chicharrero, seguro que se habrían demorado a gusto en las barras al aire libre que flanquean la parte oriental de la recova. Allí hubieran resumido sus difíciles diálogos y almacenado sus complicados pensamientos. Y de allí hubieran salido juntos, rumbo a casa, muy bien bebidos y mejor comidos.

2 Comments

  1. Totalmente de acuerdo. Por mucho que nos empeñemos a medida que maduramos nos damos cuenta de que casi nada es blanco o negro. Me encanta la cita de Ortega y Gasset, no la conocía, pero resume lo que muchas veces he pensado. Gracias Sol

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