La calle Imeldo Serís de Santa Cruz de Tenerife tiene la mala costumbre de provocar a los conductores una especie de vahído involuntario unos minutos antes de las cuatro de la tarde. Lo que no sé decir con exactitud es si este medio desmayo se da todos los días y a esa precisa hora. Una hora que, en mi caso, está irremediablemente estigmatizada por el regreso al trabajo al ralentí. Una hora crucial en la que, si voy al volante del coche, me molesta mucho reducir marchas por eso de que o me presento en el trabajo de un trago y sin respirar o me eternizo tanto en el camino que me pongo de muy, pero que de muy mala pereza. Aunque, para ser honesta, la culpa del desfallecimiento que como conductora he padecido más de una vez en Imeldo Serís no es sólo de esa calle, por estrecha y unidireccional, sino que es compartida con el Ayuntamiento de la capital, que mantiene la costumbre irreverente de mandar camiones de la basura a vaciar contenedores por el centro de la capital cuando el reloj más apremia. Y si bien esta manía no produce retenciones de larga espera, sí causa colas que dan para unos cuantos bostezos y alguna que otra pérdida aguda de paciencia. Pero lo peor es cuando empiezan a sonar bocinas, un concierto que me suele pillar en mitad de la digestión y me hace pensar mucho en los municipales que les da por ponerse a limpiar la cocina justo cuando se está preparando la comida. Por todo esto, recomiendo al alcalde y a los empresarios santacruceros que se ha empeñado en alistar que no cabalguen juntos por Imeldo Serís en su cruzada contra los recortables con los que se entretiene estos días Mariano Rajoy. Que por mucho que se les arree a los caballos para que dejen el trote y entren al galope, la basura tiene estatus en esta ciudad y su recogida se celebra con respetuoso silencio por parte de los ciudadanos, sea a la hora que sea. De lo contrario, si esta ceremonia de la pulcritud les coge de lleno en el centro y en pleno ataque al Estado, el atasco de caballería va a ser de órdago. Tanto, que a Rajoy le va a dar tiempo de rasurar cifras chicharreras hasta hartarse.