Para encajar la ciudad de Los Ángeles del año 2019 en la actual Santa Cruz hace falta un nivel de abstracción grande, y el mío no es grande sino mucho más que eso: es preocupante. Como prueba contaré que, cada vez que la noche me pilla volviendo de las playas sureñas y abandono la autopista para bajar hacia el Palmétum y el Parque Marítimo, Blade Runner aparece ante mis ojos. Es más, hasta puedo sentir encima del bikini el peso de una gabardina salpicada de crímenes de replicantes. Preferiría estar en París y soltar: “El mundo se derrumba mientras nosotros nos enamoramos”, pero el caso es que vivo aquí y lo que me sale es: Blade Runner cumple 30 años y a mí se me encoge el estómago. Esta intensa sensación de evasión absoluta cuando llego a la metrópoli por la TF-4 ha convertido esa entrada de la capital en mi favorita. Irremediablemente, soy de las que opinan que los preámbulos de las ciudades son importantes por suponer primeras impresiones. Por ejemplo, hablando de Santa Cruz, si el exordio se escribe desde la carretera general del sur, la ciudad parece un pueblo destejado, lleno casas de colores pastel y azoteas abiertas al mar. Pero si una accede directamente desde la autopista del norte, la postal incluye edificios altos, el macizo de Anaga, el puerto, la playa y el perfil puntiagudo del Auditorio. Un día que yo y dos colegas bajábamos del aeropuerto a Jon Sistiaga para dejarlo en su hotel, al periodista, al ver esta estampa, le vino Sidney a la cabeza. Prefiero mi oscura carretera hacia Blade Runner. Desde su parte más alta se ven luces distópicas y torres que escupen llamas. Incluso espero que aparezca un coche volando mientras Dick Morrissey le da al saxo. Es que mis abstracciones tienen bandas sonoras. Y así, mientras dura el espejismo que me ofrece la refinería, voy conceptualizándolo y convirtiéndolo en metáfora de la vida misma. Como en la película, en territorio chicharrero también reptan sombras bajo los fluorescentes y crecen varias Tyrell Corporation con sus enajenados replicantes, sus alienados bladerunners y sus Roy Batty a punto de reventar y mandar todo al carajo. Y entre esta miseria, la esperanza de algo mejor. Definitivamente, las entradas son importantes. Al elegir una, queda claro el tipo de relación que quieres mantener con la ciudad.
Yo, cuando vengo del sur, también entro por Blade Runner 😉 Supongo que somos unos nostálgicos pero es cierto que algunos vivimos con bandas sonoras.
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Preámbulos, cierto. Me sucede igual al llegar a LPA. Primero, el olor del mar a la salida del aeropuerto y luego la línea de luces en la avenida de la ciudad. O la entrada en barco desde TFE pasando (paseando) ante las Canteras iluminada. Pero hay ciudades donde no encuentro esa magia. Madrid, por ejemplo. Debe ser un defecto de provincias.
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