En la playa de Las Teresitas los chiringuitos chapan cuando el sol se mete. Aunque llevo años viviendo en Santa Cruz de Tenerife, no lo supe hasta el pasado fin de semana, porque no soy asidua del lugar, y si algún día se me ocurre ir nunca me quedo hasta el final. Pero el sábado, retorciendo mucho la habitualidad, mi plan era apurar los rayos para ver el atardecer tomando cervezas con aceitunas acodada en alguna barra. Sin embargo, para cuando me percaté de que en Las Teresitas el atardecer no muere en el mar, sino en la montaña, ya era demasiado tarde. Yo estaba lejos de todo, pensando en el gusto de Waro Kishi, el arquitecto que quería llenar de hoteles la playa y colgar jardines de la ladera, cuando vi que el sol iba a desaparecer antes de lo que creía. Hacía rato que me parecía que escoraba peligrosamente hacia la derecha, rumbo a San Andrés, pero no pensé que me la fuera a jugar de esa manera. Así que yo seguía a lo mío, que en ese momento era repasar el proyecto de Kishi y los de tantos otros arquitectos que se presentaron en 2000 al concurso para urbanizar la playa. De hecho, la primera vez que me importunó la sospecha de que el ocaso no iba en buena dirección estaba dándole vueltas a la propuesta del arquitecto Javier Domínguez Anadón. Él visionó dos ascensores encajados en la montaña cuya misión era elevar a los bañistas hasta un club de parapente, entiendo que para luego lanzarse al vacío y sobrevolar toallas y tumbonas. Y en esas estaba, asimilando que no me gustaría que un parapentista cayera encima mía, y que entre ese y el proyecto de Kishi me quedaba con ninguno, cuando el sol se esfumó de repente. Fue como si la playa se viniera abajo. Acabado el sol, acabado todo. Sólo un chiringuito amarillo mantenía la música a toda leche, como diciendo: aquí no ha pasado nada. Pero a mí ya se me habían quitado las ganas de vivir, y sobre todo las de bailar salsa. Sin luz natural ni eléctrica, sin el atardecer deseado, sin un mal bar donde al menos ver borrarse el mar tranquila y al calor de un vaso lleno, me di por vencida y me marché a casa. Así son las cosas por aquí, pensé. También añadí entre paréntesis, como de paso, que Las Teresitas necesita, definitivamente, una mejoría. Leve, pero mejoría al fin y al cabo. Unas cuantas farolas, algún que otro discreto guachinche trasnochador… Lo que sea, pero algo mientras se resuelve lo del pelotazo urbanístico, y eso.
A Las Teresitas le falta mucho cariño… y te lo dice una asidua…
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