Las cucarachas y las peluquerías sobreviven bien en esta ciudad. Se agarran al asfalto con dedos antideslizantes y hay tantas que lo habitual es chocarse con ellas muy a menudo, tan a menudo que ya ni hace falta pedir perdón por el pisotón. Una comprende de qué va la cosa, sin más. La situación se parece a la de esas parejas que se pasan la sal sin necesidad de un por favor ni un gracias y, a veces, ni siquiera tienen que pedirla; sólo con sentarse a la mesa saben lo que deben hacer el uno por el otro. En Santa Cruz, la relación de los ciudadanos con las cucarachas y las peluquerías va de ese palo. Si las primeras se cuelan en casa o se las aplasta en la calle no hay resentimiento, sino entendimiento. No hace falta dar explicaciones. Cada uno cumple con su papel. En cuanto a las peluquerías, lo mismo. Si un día una va a comprar pan a la tienda de la esquina y lo que encuentra es un corte de pelo a 6 euros, ni hace preguntas. A lo sumo se produce un encogimiento de hombros, media vuelta y a casa. Y es que a nadie le extraña ya que unas y otras sobrevivan a bombas nucleares y crisis económicas mundiales. Es más, por lo que veo, han aumentado en plena recesión. No tanto las cucarachas, que no me dedico a contarlas, como las peluquerías, que a esas sí tengo ganas de contabilizarlas por metro cuadrado. De verdad que es difícil pasar por alguna zona de la capital en la que no haya un secador enchufado o un pegote de tinte encajonado en alguna cabeza. Por lo tanto, sospecho que estos negocios deben ser rentables o, al menos, dan para ir tirando. Y, si es así, se debe a que cumplen con una vieja ecuación de tiza y pizarra: a mal tiempo, buena cara. Mi impresión es que, en esta ciudad, son muchos los preocupados que se levantan los ánimos con una visita a la peluquería, de donde, además de salir peinados, también salen vacíos de problemas. Como los camareros, los peluqueros tienen mucho de psicólogos y, mientras quitan canas y alisan cabelludos, de repente sueltan un “ajá” por aquí y un “haces muy bien” por allá y es como si te echaran agua bendita. Así que no es de extrañar que en horas bajas esta clase de negocios crezca en Santa Cruz. En el centro, lavar y peinar pelo largo cuesta alrededor de 18 euros. Caro, pero efectivo.