A mí me hubiera gustado escribir crónicas de duelos a muerte entre espadachines. Duelos en plena noche o al principio del amanecer, cuando los contrincantes son sólo siluetas, que soy de estómago débil y no digiero bien la sangre ni las tripas al aire. Además, resulta más romántico narrar venganzas envueltas en bruma, sobre todo si son resarcimientos con sombreros de pluma y capas al vuelo, que dan mejor perfil. Pero me toca vivir tiempos en que lo habitual es zanjar agravios en los tribunales, donde los asuntos se suelen despachar a base de sentencias que requieren diccionario y más de dos lecturas para entenderlas. Por eso, cuando me pasan una de esas para hacer un resumen en el periódico, se me cae el alma a los pies y antes de ponerme a ello salgo directa al bar para soltar 1,40 por dos cafés. No obstante, por una santa vez, la resolución judicial de la que me ha tocado hablar es diferente y hasta sus protagonistas dan bien en cámara. Ahí va, pues, la historia de una lucha por el honor. Una pelea en pleno Atlántico que ha terminado con una sentencia sarcástica, al puro estilo del juez Álvaro Gaspar Pardo de Andrade, que ya nos va acostumbrando en Tenerife a sus resoluciones salerosas y desinhibidas. A veces, hasta les da forma de verso, tipo: “Procede acceder a la separación / que imploran tanto el señor Triana / al que no le da la gana / de soportar la tensión / como la señora Sarmiento / que no sufriendo escarmiento / tras su primer tropezón / persiste en el mismo tono / y aduciendo el abandono / suplica solución”, dictó hace años. Esta vez, sin embargo, ha dejado a un lado las rimas y se ha decantado por desempolvar una canción de Los Payasos de la Tele, Gaby, Fofó y Miliki, para firmar condena.Y ahí tienen ahora al condenado, obligado a mirarse al espejo y decir en voz alta: Adiós don Pepito, hola don José. La historia comienza con José Rodríguez Ramírez, propietario del periódico tinerfeño El Día, que lleva toda una vida blandiendo armas por la independencia de Canarias y arrasando en su avance con todos a los que considera enemigos de su propósito. Sus editoriales en primera página son de hiriente pluma, dan sobrado pábulo y son comentados en todos los corros del lugar. Como curtido combatiente y conocedor de lo que uno puede esperar cuando desenfunda, el caballero Rodríguez también ha recibido lo suyo. No sólo hay un perfil en Facebook con el nombre de Canarios a los que les da asco los editoriales de El Día, sino que el Parlamento de Canarias aprobó en 2008 una declaración institucional de condena a su periódico por sus “ideas xenófobas”. Así son las cosas. Cuando uno se suelta a lo grande, todo se sale de madre y no hay dios ni diablo que se libre de un buen golpe de vajilla. Y en estos menesteres se hallaba José Rodríguez, cuando Carlos Ramón Sosa Báez, responsable del periódico digital Canarias Ahora, lo abofeteó con el guante y lo rebajó de don José a don Pepito, mordiéndole el orgullo. La función acabó en el juzgado. Yo me imagino que el día en que al juez Gaspar le llegó la demanda de Rodríguez contra Sosa se le debió escapar un rictus de gusto. El demandante acusó al otro de herir su honor al degradarle a don Pepito en sus escritos. El segundo, por el contrario, se defendió recordando al magistrado que ese apelativo fue inventado por otro periodista hace como veinte años y que, desde entonces, el ofendido es llamado así por mucha gente. En definitiva, Sosa consideró que tampoco es para tanto, al menos en comparación con los insultos que Rodríguez le ha lanzado a él desde sus editoriales, como “hez del periodismo” o “chulón capicúa”. Llegado a este punto del juicio, y como esto no es un funeral, si yo fuera el togado, en lugar de reírme para dentro y enfermar de contención, hubiera soltado todo de golpe, hasta la última lágrima, para poder serenar el espíritu. Me pregunto si el honorable Gaspar Pardo de Andrade se partió la caja en privado. Finalmente, amaneció el día de la sentencia. Tras un largo cavilar –supongo yo– el juez falló a favor de Rodríguez, aunque de forma parcial. Es decir, no se lleva indemnización, pero sí el ascenso en el nombre. En cuanto al demandado, el respetable Gaspar Pardo de Andrade le justifica su decisión aludiendo al daño social y profesional que sufre el propietario de El Día cada vez que lo degrada a don Pepito. Por eso, sentencia: “Don Carlos, haga el honor, respire, cuente hasta tres, y luego ensaye ante el espejo: Adiós don Pepito, hola don José”.
Lo malo de todo esto es que llevo días con la dichosa cancioncita rondándome la cabeza: ¿Vio usted a mi abuela? A su abuela yo la vi. Adiós don Pepito, adiós don José.