Háblame de la Dársena de Los Llanos, marinero, para poder dormirme pronto, y cuéntame una de ocio en Santa Cruz para quedar anestesiada del todo. Da igual el orden: las dos son viejas historias, desgastadas a causa del uso a destajo que le han dado unos y otros, pero todos políticos al fin y al cabo. Sin salir de la centuria, estrenamos el XXI con la buena nueva de crear un espacio de diversión a lo grande a la orilla del mar y, adentrado 2001, el relato tomó fuerza con el anuncio a todo pulmón de una playa urbanita en plena dársena. Pero la idea de afiliar esa zona a la holganza no nació entonces, sino que venía de lejos. Al ser mi memoria de corto alcance, tuve que echar mano a la hemeroteca para enterarme que eso de volver a vestir la zona de Los Llanos de arena y sal se remontaba, como mínimo, a 1983. Así que, en resumen, a la dársena le habían leído las líneas de la mano hacía tiempo y su futuro iba encaminado hacia el mundo del ocio. El plan de la playa artificial que entonces lanzó el Ayuntamiento como un búmeran -para ver qué le traía de vuelta- gustó mucho a los empresarios tinerfeños, que en esos días de 2001 santificaron la idea. En realidad, el frente marítimo de la plaza de España ha sido siempre objetivo a recuperar por la ciudad para convertirlo en fiesta y jolgorio, pero se quedó sólo en intenciones de sobremesa. Tras la copa y el puro todo olvidado y tan amigos. Por eso, la promesa electoral del alcalde Bermúdez sobre convertir la Dársena de Los Llanos en zona de ocio (ya no playa) me sonó a canción de ducha. Una vez en la alfombrilla de la Alcaldía y con la piel seca, el regidor entró en 2012 advirtiendo de que habrá que esperar por lo menos ocho años para ver ocio en la dársena. Bueno, era de suponer. Si 30 años no han podido abrir paso a una solución, cuatro anualidades no son suficientemente altas para llegar al timbre. Ni ocho, me juego. Puertos sigue necesitando la dársena. Se mire por donde se mire, la palabra política se la lleva el viento, y a ver hasta qué horizonte. Espero que nadie pensara que el programa electoral es un contrato a cumplir en cuatro años. El marketing no lo permite. En política, hay que apuntar a la nada pero el disparo debe sonar cerca.