Santa Cruz se cae. Se resbala en la pista de hielo, tropieza en el empedrado del centro, se desliza por el agujero de los bolsillos, pierde el equilibrio en el tranvía, se despeña en la corrupción, hace aguas en el tráfico de mercancías, pierde el pie en el trabajo, se desconsuela en el albergue y en los comedores sociales, se desmaya en la desidia, sucumbe a su torpeza. Y lo peor de todo es que esta suerte de epidemia de caída libre tiene tantos síntomas que la hace inabarcable. Por empezar por alguno, hagámoslo por el que viaja sobre ruedas, tiene la piel verde y huele a goma quemada. Se trata del transporte público de guaguas, uno de los peores valorados por los usuarios en una encuesta realizada por la Organización de Consumidores y Usuarios en 33 ciudades españolas. Lo entiendo. Yo hace mucho que me rendí y replegué tropas. Y no capitulé por la inexcusable falta de información en las marquesinas, ni por el tiempo perdido esperando a que llegara la diligencia. Para nada. Renuncié al primer gruñido de uno de los conductores cuando le di los buenos días. Y me reafirmé al saber que las personas en sillas de ruedas no pueden acceder a todas las guaguas y que tampoco resultan operativas para las que son ciegas. Y, tras la reafirmación, vino el sacramento de la confirmación al darme cuenta de cómo toman las curvas algunos chóferes. Desde entonces, así sigo, feligresa de mi parroquia. Santa Cruz cae por muchos motivos. Hay otros síntomas que, como las manchas, los temblores o la falta de memoria, pueden significar enfermedades más graves. El Ayuntamiento, por ejemplo, debería hacerse mirar lo suyo. Toda una vida criticando el vandalismo contra el mobiliario público y va él y se carga en 2009 la obra de arte que Chirino tiene en la plaza de Europa. La amputa, la desahucia y la abandona malherida en pro de la seguridad. Recuerdo que el monumento a Franco ubicado en la Rambla también amenazó con caer de bruces. Pero este no fue decapitado, sino rehabilitado. Suerte él. En fin, que ahora, ante la demanda interpuesta por Chirino, el Ayuntamiento se ve obligado a pagar la restauración de la escultura y pedir ayuda a un banco. La ciudad cae en picado, se viene abajo.