El Toscal

Una puerta de El Toscal.

 

Una pared de El Toscal.

Volví a olvidarme de felicitar a Santa Cruz. Esta vez, a la Santa Cruz enamorada, enramada y enflorada que ayer iba de aquí para allá firmando tarjetas y rimando dedicatorias. Siento ir con una columna de retraso. Pero el caso es que las dos veníamos de una discusión desagradable sobre su mala costumbre de incordiarme entre Valentín Sanz y Castillo, y no había ganas de corazones y besos. No obstante, ya pasó el mal rollo. Reconciliadas de nuevo, hechas sólidas paces, toca ensalzar lo mejor de cada una. Por mi parte, la cualidad que admiro de ella es El Toscal. Y lo hago porque aunque no despreciaría una noche en París con George Clooney, con Arturo Pérez Reverte me iría a cualquier guerra. Me gusta ese viejo barrio porque si bien admiro la forma de Brad Pitt, prefiero el contenido de Rosendo. El Toscal esconde calaña de primera calidad entre sus duros discursos, sus ruinosas casas, sus solares en venta, sus escupitajos, sus aceras monopeatonales, sus rencillas y sus achaques. Es la antesala del hogar. Una buena forma de llegar a casa, de pasar por la descomprensión antes de enfundar pijama. Las azoteas de este territorio son trastos y rotos, gatos y ropa, zona franca, tejas con verodes, gritos de gol, ensayos de carnaval. Y sus paredes parecen tablones de anuncios, carteles llamando a la revolución, grafitis con voz, orgullos henchidos, arrugas de tanto gesticular. Yo miro con buenos ojos El Toscal y me quedo con su dote: sus ciudadelas, su cine muerto, su pensión de fluorescentes agonizantes, sus bares, sus sorprendentes rincones, sus ganas de juerga y sus aburridos domingos. Todo en él me gusta y me disgusta, según como lleve el día. Debe ser amor, más que capricho. O tal vez sólo sea que le conozco desde hace mucho tiempo. Después de verle sufrir con el Plan General, luchar contra la edificación prevista en sus calles, poner ritmo con las caceroladas de las nueve en punto, persignarse al paso de las procesiones, abrir y cerrar negocios, es normal, justo y necesario, que le haya cogido aprecio o, mejor, que le tenga un profundo respeto. Al menos, es sincero como la vida misma. Para mí que so- mos más que amigos.

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