El paréntesis de Zacarías Piernahita o la Batalla de Belchite

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Ruinas del pueblo viejo de Belchite. Foto hecha por Sol Rincón Borobia, con Nikon D300S.

Años antes de que a Paulina y a su hermana Antonia les cayera una bomba encima y sus vidas quedaran reducidas a una historia de fantasmas y apariciones, Zacarías Piernahita saboreaba los días entre su casa, el colegio y la calle. Sin grandes preocupaciones que le fruncieran el ceño, ayudaba a su padre con las labores agrícolas, jugaba a las canicas con sus amigos y cumplía con sus estudios en El Ferial, la escuela hasta donde arrastraba una enciclopedia de dos duros la factura y donde compartía aula con 99 alumnos más y un único profesor. Allí, como mandaba la educación de entonces, los niños pasaban por la primera, la segunda y la tercera sección, hasta cumplir los 14 años.

Sin embargo, Zacarías Piernahita no pudo terminar sus estudios de un tirón. Y no porque no quisiera, sino porque un día le creció un paréntesis justo en la puerta de su casa. Era, lo recuerda bien, el 26 de agosto de 1937, y aquel paréntesis, bien construido por la diestra y la siniestra, sin fisuras en su estructura, lo encerró como si fuera de su propiedad y se comió su rutina y sus planes, interrumpiendo su infancia en cuestión de segundos. Y es que Zacarías nació en 1926 y en Belchite. Y eso, amigos, era tener el destino marcado a fuego. Un destino fuertemente amurallado, bien construido por la diestra y la siniestra, sin grietas en el techo.

Y fue así que, con 11 años, quedó atrapado en su propio pueblo, asimilando la guerra como podía, aceptando que las batallas de ese tipo no se ganan a base de indirectas, y aprendiendo que las balas checas no son munición de paso, sino que cuando se hunden en la carne explotan dentro y luego celebran el trabajo bien hecho. Por lo tanto, como en aquel tapete se jugaba al todo o nada, no le quedó otro remedio que dejar su edad para más tarde y apostar su vida a un solo número.

Ruinas del pueblo viejo de Belchite. Foto hecha por Sol Rincón Borobia, con Nikon D300S.
Ruinas del pueblo viejo de Belchite. Foto hecha por Sol Rincón Borobia, con Nikon D300S.

La Batalla de Belchite se libró en el pueblo del 26 de agosto al 6 de septiembre de 1937. Durante aquellos doce días de enfrentamientos entre republicanos y nacionales, con heridos y muertos por todas partes, Zacarías endureció la piel y avivó el coraje. Su casa, ubicada en el número 1 de la plaza del Convento, quedó arrasada por el fuego. Y él, sin haber cumplido los 12, ya sabía lo que era echar un pulso a un carro de combate.

Fue un día en que, ayudado por su primo Roque Torba, metieron líquido inflamable en un bote y lo arrojaron contra un T26 soviético del Batallón Lincoln que intentaba entrar al pueblo por la iglesia de San Agustín. «Le tiramos aquella bomba y el rafagazo con el que respondió por poco nos liquida», recuerda. Así son las guerras. Si me disparas yo te disparo, y muchas veces ni eso. Muchas veces, la mayoría, uno recibe sin más. Como Paulina y su hermana Antonia, a las que les cayó una bomba en su casa y allí se quedaron para siempre, alimentando con los años historias de fantasmas.

Según dicen algunos, las dos hermanas aparecen de vez en cuando por el pueblo viejo, como si aún no se creyeran que están muertas. Cuentan que cuando se rodó Las aventuras del barón Munchausen en Belchite, algunos vieron a Paulina y Antonia paseando sus almas entre los figurantes de la película. «Iban vestidas de forma muy diferente a los que participaban en el rodaje, y cuando alguien se acercaba a ellas para llamarles la atención, ya habían desaparecido», explica Eva María Piernahita, la hija de Zacarías y una de las guías turísticas del viejo Belchite.

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Casas destruidas durante la batalla de Belchite. Foto de Sol Rincón Borobia con Nikon D300S.

Los doce días de batalla dejaron muchas más historias de tragedia y fantasmas como esa. Afortunadamente, un día todo terminó. Entonces, los habitantes de Belchite fueron distribuidos por otros lugares. A Zacarías y a su madre los llevaron a Codo, y de allí a Calaceite, donde reanudó los estudios. A los pocos meses, la Cruz Roja los reunió con su padre y su hermano en Mas de las Matas.

Poco a poco, el paréntesis que un día lo apartó de su camino fue rompiéndose con el paso del tiempo hasta quedar reducido a ruinas, y al fin pudo reanudar su vida. Hizo el servicio militar en Zaragoza y después empezó a trabajar. Primero, como vendedor ambulante de mantas y de sábanas. No le fue mal. Las sábanas eran de buena calidad, de algodón Viuda de Torla, y en cuanto a las mantas, una adornada por las dos caras costaba 1.000 pesetas. También fue ganadero y agricultor de olivos. Pero Zacarías Piernahita se jubiló siendo guarda forestal para la Diputación General de Aragón. Ahora tiene 87 años.

Versos convertidos luego en jota, escritos por Natalio Vaquero, un vecino del pueblo, a la entrada de una iglesia de Belchite. Foto hecha por Sol Rincón Borobia con Iphone.
Versos convertidos luego en jota, escritos por Natalio Vaquero, un vecino del pueblo, a la entrada de una iglesia de Belchite. Foto hecha por Sol Rincón Borobia con Iphone.

El viejo Belchite nunca se reconstruyó. En lugar de eso se hizo uno nuevo. Uno que cada vez que levanta la mirada se tropieza con el imponente perfil del pueblo viejo recordándole de donde viene. En él, intramuros, duerme la calle Mayor, las viejas bodegas que servían de refugio, el trujal convertido en fosa común, el Teatro de las Pampas, las ruinas del casino… y, claro, la antigua casa de Zacarías.

(Exceptuando los nombres de las hermanas Paulina y Antonia, los demás no son reales a petición de los protagonistas).

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