Sin ídolos por aquí

La primera vez que agité el árbol de los mitos, tres o cuatro cayeron al suelo. Fue un golpe tremendo, desde luego, pero son cosas que se superan pronto si te cogen a la edad apropiada.Y a mí, menos mal, esos despeñamientos me pillaron con el casco puesto.Van un par de ejemplos. A los 20, mis amigas y yo convulsionábamos por Enrique Bunbury. En aquella época, Zaragoza entera olía a él y cualquiera con buen olfato se veía obligado a seguirle el rastro. Nosotras no fuimos menos. Con las narices despejadas y la fe en lo imposible, lo aupamos tanto que acabamos por verlo como la torre del conocimiento, naturalmente pelirrojo, eternamente en verso. Somatizamos su mirada, memorizamos sus canciones y nos extenuamos en sus conciertos. Pero no mucho más tarde de aquella fiebre, la vida me sentó a su mesa en varias ocasiones y eso supuso el fin de la estima. Sin embargo, mi decepción favorita no va de personalidades, sino de cafeína. Acababa de comenzar el XXI y yo iba camino de la treintena y de Madrid, este último destino por placer. Holgada de compromisos y de equipaje, al llegar a la capital de España decidí que la mejor forma de celebrar el día era tomándome un cortado donde antes se lo tomó la Generación del 27: en el 21 del Paseo de Recoletos. Me equivoqué. A los cinco minutos de estar allí, el aura del Café Gijón se convirtió en galerna, con más rudezas que sonrisas, y aquel sueño se desplomó a peso. No volví más. De hecho, no volví a pensar en ese lugar hasta anteayer, cuando uno de esos obtusos camareros le cobró a un amigo 8,20 euros por dos cafés. “Yo quería respirar un trozo de historia y he muerto asfixiao”, colgó en su Facebook. De esta forma, el mito bohemio del Café Gijón murió oficialmente el día de los enamorados de 2013, a las 12:35 horas (hora peninsular). Por fortuna,  Santa Cruz no va de ídolos ni de mitos, más allá del sol. Y ni siquiera cuando sale un día nublado se palpa mucha desilusión en el ambiente. En cuanto a estrellas del rock, esta ciudad no da para andar por esos cielos. Y en lo que se refiere a locales de tertulias de renombre nacional, tampoco soy capaz de enfocar ninguno ahora mismo. Eso sí, los precios de las sobremesas chicharreras son más llevaderos. Yo me monto una todos los días por 0,70 euros la taza.

4 Comments

  1. El día que realmente me di cuenta que estaba pasando realmente cuando Afrodita decía eso de «peeechos fuera»… me hice mayor. Yo pensaba que solo eran misiles, ¡snif!

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  2. Así es, aquí no hay lugares como el Quatre Cats o el Café Gijón, aunque La Laguna tiene sus rincones. Pero nuestra cotidianeidad al menos nunca se verá alterada por un abuso en lo que yo considero un derecho: el cafelito mañanero o de la tarde.

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