Es bien sabido por todos que las piedras reivindican sus derechos a base de años y de historia. Sin moverse de donde están, enseñan la buena caligrafía de sus currículos y cantan sin descanso sus batallas de viejo, por si hay suerte y logran colar el sermón en algún agujero. Y es que las piedras no lo tienen fácil en esta vida. La mayoría de las veces no consiguen levantar cabeza y sólo les queda esperar la ayuda de algún mecenas que crea en ellas. En Santa Cruz hay varias de estas, de las acabadas, medio muertas, olvidadas y abandonadas. Al principio, y por confesar algún pecado, esta clase de piedras me traía sin cuidado. Pasaba a su lado ajena a sus crónicas y leyendas, feliz en mi inconsciencia y acoplada a mis propios intereses, que eran los que mejor se me daban. Fue mucho después de terminar el Instituto cuando, de repente, me empezaron a llamar la atención. Sobre todo, gracias al castillo de mi pueblo y a mis visitas a ciertas localidades norteñas, como Albarracín o Saint Jean Pied de Port. Pero hasta entonces, las únicas piedras por las que sentía especial cariño eran por las que me podía meter en el bolsillo. Que, en definitiva, eran las que me daban rentabilidad a corto plazo. Afortunadamente eso cambió con los años y, ahora, una vez al año, me hago un tour por algunos empedrados del país. En cuanto a Santa Cruz, no caigo, así de golpe, en la primera impresión que me llevé de ella, pero puedo asegurar que nada tuvo que ver con su condición de Plaza Fuerte, de aguerrida defensora de sus costas, de ciudad de castillos, baterías, muros y fortalezas. Estas piedras que tanto hicieron por Tenerife en siglos pasados se perdieron por el camino. Se quedaron sin aliados y sin sombra. Los pensadores de ciudad, especuladores al fin y al cabo, evitaron restaurarlas. La veintena de fortificaciones que un día enorgullecieron a los chicharreros, murieron por fuego amigo. Y, entre ellas, las del Castillo de San Francisco, achicado por la malversación y la política de los hechos consumados, y más achicado aún por los robos que sufren sus ruinas, piedra tras piedra.