Trepando por la ciudad

Santa Cruz es una ciudad de cuesta arriba y cuesta abajo, con la espina dorsal mordida por la escoliosis y con un humor engañoso que de mañana y en las sobremesas sabe a café El caracol. Yo, que prefiero las caminatas llanas y el horizonte a golpe de vista, suelo sentir tal desasosiego cuando se trata de trepar por la ciudad, que a veces juro que se parece al que padecía Pessoa (o su heterónimo Soares). Así de desmoralizantes me parecen los tramos empinados. Tanto, que me hieren de muerte el genio, como al jabalí los podencos. Y lo malo es que no consigo entrar en simbiosis con la cafeína tinerfeña. Llevo mejor serpentear por las desordenadas calles de la capital y, sobre todo, lo que digiero sin problemas es descoronarlas, dar la espalda a sus cimas. Así que, sin condición física destacable desde 1971, prefiero los ascensores y las escaleras mecánicas. Por este motivo, me alegré mucho cuando el Ayuntamiento puso esta clase de transporte de corto alcance en el barranco de Santos; y me pareció una excelente idea aquella vez que anunció que lo implantaría también en los barrios de las laderas de Anaga. Sin embargo, apenas comencé a sonreír cuando el júbilo se colocó detrás de mí en punto ciego para adelantarme sin avisar por la derecha a tanta velocidad que aún estoy tragando su amarga estela. Resumiendo, las escaleras mecánicas del barranco de Santos no suben ni bajan, ni respiran, ni laten, ni cargan con su cruz. Los asiduos al paseo se quejan de que sólo funcionan a veces. Lo siento por ellos. Yo, por lo confesado arriba, evito la zona. De hecho, a punto estuve de volcar mi fe en esas protestas, y santas pascuas, cuando finalmente decidí darme una vuelta por la vía arterial para comprobar que, en efecto, algunas escalinatas estaban tiesas. ¿El Ayuntamiento no había sacado a concurso el mantenimiento de las cuatro fantásticas-mecánicas a razón de 35.000 euros al año? En fin, que compadezco a la buena gente que se ve obligada a resoplar peldaño a peldaño. En cuanto a los barrios de las laderas, nunca vieron metal de este calibre. Allí sí que la idea se hizo polvo; el polvo, sombra; la sombra, recuerdo; el recuerdo, sueño; y el sueño, sueño es.

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